miércoles, 30 de junio de 2010

Tercera Parte: Tomás, Capítulo 11

La conocía hace tan poco, pero unimos lazos tan rápido, que terminamos gustándonos. Es tan linda, sincera, cariñosa, tierna, leal, confiable, oh Dios, y es vegana! Igual que yo! Creo que al fin encontré a la chica de mis sueños.

Hoy se la presento a Boris, mi amigo mudo. Creo que le agradará que le lleve otra persona de compañía. A mi amigo le falta algo de comunicación con la gente. Pasé de ser su sicólogo a ser su amigo, en verdad eso era lo que necesitaba Boris, y trato de que se sienta feliz.

Mi novia vive a cinco minutos en bicicleta de mi casa. Pasaría a eso de las once y media a buscarla, para tomar el colectivo hasta el condominio donde vive mi amigo. Son las once y cuarto. Tengo que verme presentable para mi chica, oh, que lindo suena ese "mi chica". Veamos... mi pelo. Mi pelo! Dónde está el gel... ah, sí, ahora sí. Qué más me falta? Hmm... Pues nada más. Okay.

- Mamá, ya me voy!
- Nos vemos! Dale saludos a tu amigo - gritó la señora desde la cocina-.

Llegué a casa de mi vegana favorita, y llamé. Salió algo apurada, con ese look otoñal que me encanta: Una bufanda de lana, tejida por ella misma, color verde oscuro, su abrigo blanco hasta la cintura, su gorro del mismo color que su bufanda, esos lentes que ocultaban sus hermosos ojos marrones, sus pitillos negros y sus chapulinas también negras con cordones blancos. Era un honor estar acompañado por ella.

- Lamento la demora - me dijo ella, con sus mejillas rojas, como tanto me gustaban-.
- No te preocupes - le sonreí-, mira aquí viene el colectivo.

Alcé la mano para hacer parar el automóvil, y el conductor lo único que preguntó fue "a dónde quieren ir?". Luego de eso fue un viaje bastante silencioso.

Cuando al fin llegamos, tuvimos que bajarnos media cuadra antes, pues el coche se averió.

Caminamos lentamente hacia la entrada del edificio donde Boris vivía, íbamos tomados del brazo. Cuando al cruzar la calle vimos algo entre unos arbustos.

- Qué será eso? - le pregunté a mi acompañante-.
- Pues no lo sé... quieres que vayamos a verlo?
- No perdemos nada, no? Tenemos unos minutos.

Nos acercamos, y los dos reconocimos el cuerpo del policía, el cual había interrogado a mi novia y el que me acusó a mi de robo. Don Pedro Faúndez estaba muerto entre los arbustos de afuera del condominio de mi amigo. Qué hacía ahí? No lo sé. El por qué, tampoco. Le propuse a mi novia que llamaramos a la policía desde el departamento de Boris.

Teníamos dos elecciones: las escaleras o el ascensor. Votamos por la primera. Queríamos sentirnos jóvenes, así que a paso vegano fuimos subiendo cada peldaño hasta el piso veintinueve. Llegamos diez segundos antes de la hora, nos miramos cansados y nos reímos. Ella llamó al timbre. Se oyó un "ya va!" desde dentro. Obvio no era Boris. Debía ser su hermano. Cómo era que se llamaba... se me olvidó...

La puerta se abrió y era Boris. Nos dimos un abrazo amistoso bien apretado, y luego saludó a mi novia.

- Boris, ella es Lucía, Lucía, el es Boris.

Mi amigo hizo algo que pocas veces lo veía. Sonrió. Y eso me provocó la tentación de volver a hablar con él en otra ocasión para saber qué le había pasado. Pero ese momento se interrumpió cuando desde dentro, por el pasillo, escuchamos a su hermano decir "Lucía?". Éste asomó la mirada, y quedó sorprendido al ver que era la Lucía que él conocía.

- Ah... es usted - dijo mi novia ya algo irritada-.
- No imaginaba que ocurriría semejante casualidad, señorita.
- Yo tampoco señor.
- Pero guardemos las formalidades para el trabajo. Lamento si fui algo molesto en los encuentros que tuvimos.
- No te preocupes. Eso ya pasó.

Entramos a la sala, nos acomodamos, y Boris trajo una bandeja con bebidas. Me di cuenta que estaba progresando de la noche a la mañana. Ahora se comunicaba con una libreta. En ella escribió bastantes cosas comunes, nos preguntaba cómo estábamos, me felicitaba por mi noviazgo, y pues... termino escribiendo algo:

- "Tengo algo que decirles a los tres".
- Y qué sería, hermano?
- Estás bien? - pregunté-.
- "Sí" - asintió-. "Cierren los ojos" - escribió-.

Cerré mis ojos, preguntándome que qué podría pasar. Lucía me apretó la mano, algo preocupada. En instantes los tres abrimos nuestros ojos por lo sucedido.

- Puedo hablar - dijo Boris-.
- Oh Dios! Qué alegría hermano! Cómo? Desde cuándo? - su hermano estaba sorprendido-.
- Desde... - aún le costaba modular las palabras-. Desde que te hice ese dibujo.
- Y por qué no me dijiste nada?
- Que-quería estar seguro de que podía ha-hablar antes de hacer-hacerte ilusiones hermano... Pero hablemos de eso después, sí? Los cuatro ahora esta-estamos aquí por un objetivo. Olvidé presentarlos. Hermano, él es Tomás, Tomás, él es mi hermano Ricardo. Mi hermano necesita saber tu no-nombre entero, amigo.
- No hay problema, soy Tomás Antoine Leclerc Delacroix.
- Lo sabía!
- A qué te refieres? - pregunté-.
- El libro... el libro!
- Qué libro? Ese viejo libro que me mostraste en el centro comercial, Lucy? - le pregunté a mi novia-.
- Sí. No sé a qué se referirá Ricardo, pero creo que ansiaba verte.

Esto es como de película. Alguien que no conocía quería hablar conmigo. Un cuerpo estaba tirado en un arbusto, y Boris ya podía hablar. De qué querría hablarme Ricardo? Pues veamos...

domingo, 27 de junio de 2010

Segunda Parte: El Médico, Capítulo 10

Cuando el policía se bajó de la motocicleta, comenzó a acercarse al Corsa de Ricardo con una especie de libreta en la mano. Golpeó la ventana del asiento de conductor, y el médico bajó ésta, para encontrarse con el mismo policía que días antes había estado en la escena del "crimen".

- Oh! Qué casualidad encontrarlo a USTED en esta ocasión - dijo despectivamente el bruto policía-.
- Y qué casualidad que hubiese sido USTED quien me tuviera que estar siguiendo - respondió igual de despectivo el médico-.

Se había detenido justo en un costado del edificio donde vivía. Por ese lugar nunca había nadie. Era muy raro ver a una persona siquiera caminar por ahí.

- Qué necesita?
- Usted ha infringido la ley.
- Cómo? Disculpe, no le sigo.
- Me refiero a que usted se pasó un semáforo en rojo hace un buen rato.
- Ah... - era ese "ah..." en el que después de suspirarlo mira hacia abajo pensativo-.
- Entonces, lo reconoce.
- Pues... sí. Lo siento, iba apurado, necesitaba llegar urgente hasta mi destino.
- Ni las ambulancias se saltan los semáforos, así que necesito que llene estos documentos. Usted está limpio hasta el momento, pero si le sorprendo otra vez en algo similar o peor, las consecuencias serán severas.
- Está bien...

Se bajó del automóvil, y apoyado en el techo comenzó a llenar papeles y más papeles. No se percató que llevaba en libro en el asiento de al lado, hasta que el policía lo cogió y preguntó:

- Es éste el libro que tenía el viejo muerto?
- Pues... sí?
- Y qué hace usted con él?
- No se atreva a abrirlo - le ordenó el médico-.
- Y quién es usted para decirme lo que debo hacer? Tengo el deber de registrar sus cosas.
- No lo abra!
- Es que acaso cree que moriré? Jaja! No se pase fantasías - abrió el libro, Ricardo cerró fuertemente sus ojos, y el destello consumió al policía, cayó al suelo con el libro en manos-.
- Pues... sí lo creo - dijo casi como broma-.

Tomó unas bolsas que tenía en su guantera, y con ellas se ayudó para arrastrar al policía hasta la vereda. No quería dejar sus huellas, y así meterse en problemas. Cuando pudo darse un respiro, miró a su departamento, y ahí estaba su hermano viéndolo desde la ventana. Parece que había visto lo sucedido. Cuando iba a recoger el libro, estaba abierto en una página con su letra, en la que decía: "Y cuando recogí el libro, noté que alguien me había visto aparte de mi hermano. Me dijo: 'Qué haces con el libro?', y vi la 'marca' en él, así que lo único que hice fue entregarle el libro. Yo seguiría mi investigación propia".

Y así fue, cuando estaba ya leyendo la última frase, el médico escuchó a lo lejos la frase "Qué haces con el libro?", volteó, y observó que era el periodista. Éste se acercó, vio el cadáver del policía y luego a Ricardo.

- Qué ha pasado?
- Abrió el libro sin tener la "marca".
- El "Estigma de Delacroix"? Acaso tú puedes verlo?
- Así que así se llama... pues sí. Tú llevas el "estigma" ahora. Y el libro me dice que te lo debo entregar.
- Así que el libro cuenta el futuro?
- Pues... supongo... toma, gózalo.
- Al fin! - dijo emocionado el periodista, como que anhelaba tenerlo-. Nos veremos prontamente las caras, doctor.
- Ya lo creo...

Subió a su departamento. Cuando entró, Boris le esperaba en la cocina. Le tenía la cena preparada. Era raro, porque siempre que cenaban juntos, comían pizza o cualquier tipo de comida rápida a domicilio. Boris le sonrió, algo también raro, pues en cuatro años no había mostrado ninguna expresión de nada.

- Oh, hermano... Lo has hecho tú?
- "sí" - lo expresó asintiendo con la cabeza-.
- Whoa... Dejo mis cosas en mi habitación y vengo.
- "sí" - asintió de nuevo-.

Su habitación como siempre, era un desastre. Solo los domingos la ordenaba. Era el único lugar que le prohibía a su hermano limpiar. Boris, desde el día que abrió el libro, le tuvo miedo a la sociedad en general, y siempre fue de pocos amigos. Sólo tenía un buen amigo aparte de su hermano, y ese era...

- Bueno, ya vine. Fue un día agotador... - suspiró Ricardo-.
- "Ya veo" - escribió en una libreta su hermano-.
- Hermano, me alegra que ahora nos podamos comunicar...
- "Fue porque me mostraste el libro" - contestó-.
- Por el libro?
- "Sí. No puedo hablarte, pero espero que esto sirva".
- En verdad sirve mucho...
- "^^" - dibujó una sonrisa en la hoja y él mismo sonrió después-.
- Hermano, tengo algo que preguntarte.
- "Sí? De qué se trata?" - escribió él-.
- Cómo dices que se llama tu amigo? El que viene a verte de vez en cuando... cuál era su nombre?
- "Ah... Tomás!"
- Tomás cuánto?
- "Tomás Leclerc" - respondió Boris-. "Por qué?"
- Necesito hablar con él, hermano.
- "Mañana debiera venir, si es que no tiene ningun problema. Cuando vino a verme me dijo que me quería presentar a su novia".
- Cuándo vino?
- "Hace un rato. Quería que se quedara a cenar, pero tenía cosas que hacer".
- Ya veo...
- "Comamos o sino se enfriará" - escribió Boris-.
- Okay, buen provecho - terminó de decir Ricardo-.

Conocía al amigo de su hermano, pero nunca supo su nombre. Y le sorprendió que fuese Tomás Leclerc. Al día siguiente tendría oportunidad de preguntarle su nombre completo. Por un segundo se le pasó por la mente que no era muy buena idea que el libro lo tuviera el periodista. Pero era mejor que otro cargara con el problema. Así tendría un poco más de concentración para investigar lo que el padre Armando le pidió.

sábado, 26 de junio de 2010

Segunda Parte: El Médico, Capítulo 9

"La Madre Superiora ha fallecido de un paro cardio-respiratorio. Su rostro azulado reflejaba agonía. En su mano tenía un trozo de papel con algo que yo escribí. Sólo le había enviado ese mensaje pidiendo que me llevara unos candelabros a la capilla. Soy un asesino. La maldad está en mí, y no sé como sacarla. Por qué a mí? Un hombre fiel al Señor! Por qué tengo esta maldición en mis manos... No he podido parar de llorar de aflicción... Mi madre... mi hermana, la monja, y ahora la Madre Superiora... Qué he de hacer Señor? Creo que mi único destino es morir en el lago de fuego y azufre... je, hasta me da un poco de gracia mencionar la palabra 'destino', creo que todo esto debía pasar. La razón, no la sé... solo... quiero morir. Si lo hago, dejaré de causar mal al mundo. La maldad va como mi sombra. No quiero que nadie más perezca por mi causa. Esta noche..."

Las hojas desgarradas se habían acabado. Ricardo miró fijamente al padre Armando y le preguntó:

- Hay más hojas? Algún otro documento?
- La verdad es que documentos no. Pero hay una persona. Una persona que no creo que tenga idea que está involucrada en esta historia. Verá, desde que me enteré de toda la historia del libro, he intentado buscar a la descendencia del Sumo Pontífice. Cuenta la historia que él se retiró de todo asunto religioso. Para desahogar sus penas, se hundió en el vicio del alcohol. Tuvo relaciones con cierta mujerzuela, la cual quedo encinta y dió a luz un niño. Con el paso de los siglos, esta descendencia fue avanzando hasta llegar a una familia que hace veinte años se mudó a Chile. El apellido Delacroix dejaría de ser el primero, pues ahora lo llevaba una mujer. La mujer se casó con Edgardo Leclerc. No vaya a pensar que soy un espía profesional, no me gusta andar metiendo la nariz en la vida personal de las personas, pero en este caso necesitaba hacerlo, y hasta los sacerdotes más respetados también tenemos nuestros contactos.
- Me lo imagino. Y ese niño, cómo lo llamaron?
- Su nombre es Tomás Antoine Leclerc Delacroix. Ya debe tener unos diecinueve o veinte años. Y he tardado todos esos años en encontrarlo. Sé que vive aquí en Santiago, pero nunca he podido encontrarlo.
- Creo que yo podría encontrarlo. Si es que es el mismo Tomás Leclerc, sé qué contacto usar para llegar a él.
- Lo dice en serio?! - exclama el sacerdote algo exhaltado-.
- Pues, como le digo, si es el mismo Tomás Leclerc que yo conozco, no tendré dificultades en encontrarlo.
- Sería conveniente que lo encontrara lo más pronto posible.
- Pues, qué gano yo con todo esto?
- Sonará raro, pero usted se gana la vida con esto.
- Me la gano con mi trabajo.
- No me refiero al sustento. Me refiero a su Vida como termino general.
- ...
- Es difícil de explicar, lo sé. Pero ahora necesito que busque a ese joven, por favor!
- Lo haré. Necesito responderme muchas preguntas a mi mismo...
- Que Dios le bendiga.
- Nos veremos pronto.

Ricardo Montenegro abandonó la catedral pasada las seis de la tarde. Ya estaba oscuro, y estaba cansado. Así que fue a casa. Se montó en el Corsa y comenzó a conducir a velocidad calmada. Nada lo apuraba. No pretendía comenzar su búsqueda a esas horas. Quería llegar a casa, a ver a su hermano. Encendió la radio, y comenzó a escuchar música que lo relajara. No encontró nada mejor para él que música clásica. Llegando a casa, se percató que lo seguía un policía montado en su motocicleta. Ricardo se preguntó a sí mismo que qué había pasado, sin recordar que se había pasado un semáforo en rojo.

Con una duda en mente, comenzó a bajar la velocidad de su brillante Corsa negro.

viernes, 25 de junio de 2010

Segunda Parte: El Médico, Capítulo 8

Françoise Delacroix narraba de manera tétrica lo que había sucedido en aquella catedral de París, esa noche de lluvia.

"Luego de encontrar a la hermana postrada en su cama, con uno de los libros que yo había escrito, el temor se apoderó de mí. Satán estaba jugando conmigo, quería hacerme tambalear. Y lo estaba logrando, de la manera más silenciosa lo estaba logrando... La Madre Superiora se encargó, junto a otras monjas, de llevar el cadáver a la planta baja. Pero yo me quedé en la habitación, con el libro en la mano. Era mi primera obra: "La Vérite Est..."("Y la Verdad es..." N. de ChaLo). Ese fue el primero de una decena de libros que escribí acerca de la existencia humana. A pesar de ser un Sumo Pontífice, nunca fui demasiado creyente. Me arrepiento de eso. Siempre me he preguntado por qué existimos. Por qué vinimos a este planeta. Y lo más importante, cuál era nuestro objetivo en la Tierra. MÍ objetivo aquí. Claramente no era ser un Sumo Pontífice. A la única conclusión que he podido llegar, es que nosotros existimos en base a un concepto ideado por la gente del pueblo, nosotros existimos en base al Destino. Se podría decir que ya estaba predicho nuestro nacimiento, nuestras actividades, todo en un lugar remoto, al cual nadie podía ver, ni mucho menos aspirar a llegar. Hasta este momento es la única explicación lógica que tengo para explicar nuestra existencia. Con este libro que escribo ahora, pretendo explicarle al mundo lo que tanto le hace entrar en duda. Pero creo que estoy endemoniado... Todas mis obras afectan física o sicológicamente a alguien, y no sé por qué. Mi madre falleció al leer un poema que escribí. Mi hermana quedó ciega luego de leer una carta que le envié... y ahora la monja. Dime Dios: He cometido acaso algún horrible pecado que merezca tal castigo? Por qué he sido maldecido con esta cualidad? Respóndeme por favor oh Señor! Quiero morir en paz, y la única manera es sabiendo por qué soy así...".

Luego de leer todo eso, Ricardo se dio cuenta de que eran las páginas arrancadas del libro que él llevaba. El tono desconsolado de Françoise Delacroix dejó impactado al médico. El padre Armando iba mirando las reacciones en la cara de su visitante, y comprendía que tragarse una historia así era muy difícil.

"... Han pasado tres noches desde el fallecimiento de la monja. Me siento realmente culpable. Me ha despertado una pesadilla, en la que Satán venía a buscarme para llevarme con él al purgatorio. Oh Dios! Qué traumante experiencia! Sólo quiero un momento de paz..."

- Padre, me puede decir que significan los siguientes versos?
- Cuáles?
- "Que le Seigneur soit avec vous
Que la paix viennent bientôt,
Que la volonté de Dieu,
nous demandons,
La vérité vent à la lumière,
Est-ce le destin entre nos mains?
Que Dieu seul le sait.
Nous avons suivi, fidéle,
Afin d'avoir une option
l'espoir,
pour survivre ...
Au nom du Père,
le Fils et le Saint-Esprit
Amen".
- Eso, significaría algo como: "Que el Señor esté con ustedes,
Que la paz venga pronto,
Hágase la voluntad de Dios,
te pedimos,
La verdad sale a la luz
Está el destino en nuestras manos?
Eso solo Dios lo sabe,
Nosotros lo seguimos, fieles,
para poder tener una opción,
una esperanza,
de sobrevivir...
En el nombre del Padre,
del Hijo, y del Espíritu Santo,
Amén..."
- Ya veo...
- El Sumo Pontífice guardaba un tremendo miedo en su interior. Siga leyendo por favor.

"Llevo una semana teniendo la misma pesadilla. Satán me sigue, procurando capturarme para llevarme con él al purgatorio. Mi madre, mi hermana y la monja están junto a él y me gritan: 'Paga tus pecados! Debes morir!'. Me siento desconsolado, destruido por dentro. La Madre Superiora me pregunta que qué me pasa, yo tengo que mentirle, diciéndole que no es nada... Iba saliendo de la catedral, y de pronto veo un mago. Ellos siempre rondan por la iglesia, algunos para ser perdonados, otros para maldecir a las divinidades. En ésta época los avances de la alquimia son de cuidado. Estos hombres cada vez se hacen más oscuros... Uno de ellos se acercó a mí, y como sabiendo lo que me ocurría, me susurró al oído: "Usted tiene la capacidad de heredar a la humanidad la 'marca'". Pensé que era el mismísimo demonio quien me decía eso, así que caí de rodillas, y desconsolado, comencé a llorar amargamente. Oí los pasos marcharse a lo lejos, y yo sólo, ahí. Me sentía horrible. Culpable de algo que dudaba si había hecho o no..."

- El mago sabía lo de la marca? - preguntó Ricardo alterado-.
- Pues... aún en cuatro siglos, lo de la marca sigue siendo un dilema sin resolver...

Ricardo estaba muy intrigado con la historia del Sumo Pontífice, y no se marcharía de la catedral hasta haber leído todo.

jueves, 24 de junio de 2010

Segunda Parte: El Médico, Capítulo 7

De camino por la autopista, Ricardo veía pasar todos los automóviles en dirección contraria, todos de regreso a casa. Lo único que ansiaba era llegar pronto a la catedral. El parabrisas lo mareaba, pero no quería perder la concentración. Siempre tuvo miedo a conducir, pero ya llevaba un tiempo intentando superarlo. Se detiene en un semáforo en rojo, y espera impaciente a que cambie de color. Era una avenida donde nunca pasaban automóviles y donde no cruzaba ninguna persona. Así es que decidió cruzar de una vez. La poca gente que vio esta acción quedó sorprendida. Luego de seguir andando, unos quince minutos más tarde, al fin pudo llegar a la Catedral San Francisco, al lado del museo de Arte Colonial.
Se bajó del Corsa, hizo la típica acción que haría un actor de teleserie o película, o sea, hacer sonar la alarma del auto. Iba entrando a la dichosa catedral, y sintió una atmósfera bastante rara. La gente estaba sumida en sus oraciones, y los más devotos querían tocar la virgen que se alzaba en el altar. Ricardo Montenegro quería salir pronto de ahí. Fue hacia el centro de la iglesia, donde había un sacerdote, le tocó la espalda y éste asustado se volteó.

- Ahh! Oh, perdone, estaba sumido en mis pensamientos.
- No se preocupe. Mi nombre es Ricardo Montenegro. Es usted el padre Armando?
- Je,je... usted no es la primera persona que me confunde con el padre Armando. No, no lo soy, soy su ayudante, mi nombre es Baltazar.
- Necesito hablar urgente con el padre Armando.
- Me temo que en este momento no lo podrá atender.
- Por qué?
- Pues... está en una reunión.
- Una reunión? - preguntó extrañado Ricardo-.
- Sí! Una reunión!

Y para mala suerte del cura, se abrió una puerta y salió el padre Armando, y le dijo:

- Baltazar! Baltazar ven!
- En-enseguida, señor!
- Hasta un cura me miente... - pensó el médico-. Oiga, espere, yo voy con usted.
- Solo me ha llamado a mi.
- Sí, pero usted no me interesa. Quiero hablar con el padre Armando.

Baltazar murmuró algo, no como cura, sino como ser humano, Ricardo alcanzó a oír un "maldita sea". Luego de eso el cura se rindió y le permitió que lo siguiera. Caminaron un corredor largo, y el viejo tocó la puerta.

- Eres tú, Baltazar? - llamó el padre desde el otro lado de la puerta-.
- Sí, señor.
- Pasa, pasa.

Entraron en la habitación. Era... demasiado "no iglesia". Tenía todo lo que en una iglesia no debería haber. Era la corrupción misma.

- Sólo te llamé a ti - dijo fríamente el padre Armando-.
- Pues... este sujeto insiste en hablar con usted.
- Y qué se le ofrece al señor...
- Ricardo. Ricardo Montenegro.
- Bien, señor Ricardo - se levantó de la silla-. Qué se le ofrece?
- Qué sabe usted de este libro? - preguntó, sacando el libro de la mochila-.
- Santa Virgen María Madre de Dios! - exclamó con un repentino toque religioso-. Qué hace USTED con ESE libro?! - dijo esas palabras apuntando con su dedo índice respectivamente-.
- Pues, soy un "elegido". Es lo único que sé.
- Sigame inmediatamente. Baltazar! Que NADIE moleste. Ve a dar el sermón de las 16.15, rápido!
- Sí, como usted diga! - salió rápidamente de la habitación corrupta-.
- Venga - le ordenó el padre al médico-.

Entraron en una habitación muy distinta a la anterior. El toque eclesiástico se veía bastante irónico con el toque mundano de la sala anterior.

- Tome asiento.
- Así está bien.
- Dije que tome asiento! - ordenó el padre-.
- Okay, okay...

Ricardo se sentó, y comenzó a mirar la pequeña habitación sobrecargada en adornos sacros. El padre Armando indeciso, iba de un lado a otro, hasta que por fin se sentó del otro lado del escritorio. Posó su mirada fija en los ojos de Ricardo, y abrió la boca para dejar salir sus primeras palabras.

- Ha oído usted hablar del destino? - cuestionó el padre-.
- Pues, la verdad es que sí. Pero solo lo que dicen todas las personas. Le echan la culpa al destino de los sucesos que les acontecen - respondió-.
- Me refiero al destino en toda su palabra, no a especulaciones de la gente.
- Pues, no realmente.
- Alguna vez usted se ha preguntado por qué existe? Cómo apareció usted? Cuál es su objetivo en la vida? El por qué vino a este mundo? O si lo que viene en un futuro está ya premeditado o si usted mismo hace su futuro?
- Hace mucho dejé de preguntarme eso.
- Porque dejó de buscar las respuestas. Por esa simple razón usted no comprende ahora por qué ese libro que usted tiene en sus manos relata las cosas que usted hará y vivirá. Así como un teléfono celular fue hecho para hacer llamadas, y en caso contrario, recibirlas, nosotros, los seres humanos fuimos creados para cumplir un objetivo ya premeditado desde antes de nuestra creación. Quizás ese "objetivo" venga de nuestros padres, abuelos, u otro tipo de ancestros.
- Me parece una locura pensar que nuestras vidas ya están escritas - interrumpió Ricardo-.
- Entonces le haré dos preguntas. La primera, si piensa eso, qué hace aquí? Y si no fuera cierto, por qué el libro relata lo que usted, y yo, y todo el mundo haremos el día de mañana, y todos los días sucesivos?
- Pues...
- No tiene idea, cierto? Permítame contarle una historia, un suceso real, el cual le puede servir como respuesta.

Y terminando de decir esto, se levantó de su asiento, buscó en un cajón una carpeta, el título decía: "Est-ce le destin entre nos mains?". Se lo acercó al médico, y éste comenzó a ver distintos documentos llamativos. Entre los cuales había un manuscrito de un tal Françoise. Un manuscrito de unos cuantos siglos de antigüedad...

miércoles, 23 de junio de 2010

Segunda Parte: El Médico, Capítulo 6

Siguió buscando hacia atrás, pero no encontró nada. Hasta que llegó a las páginas desgarradas, y luego vio la historia de la monja. A diferencia de Lucía, el médico encontró algo más de texto. Siguió leyendo y se encontró con versos en francés. Comenzó a leerlos detenidamente, y fijó su vista en uno que decía: "Dan mes enseignements, vous verrez la Lumière". Usando el traductor de Google en su computadora, se dio cuenta que esta frase decía algo más o menos como "Por mis enseñanzas, veréis la Luz".

Cerró el libro asustado, y lo dejó sobre la mesa. No sabía que pensar, aunque tenía todo el tiempo del mundo para encontrar alguna respuesta, ya que nadie iba a su consulta. Necesitaba saber, al igual que Lucía, cual era el significado de todas las cosas que en el libro se anunciaban. Cuando después de un momento de trance se percató que el color del libro había cambiado. Pasó de haber sido color caoba a ser de color verde musgo. No lo podía creer. Estaba seguro de que ese libro era de otro color, no verde. Lo revisó nuevamente, lo ojeó por todas partes. Hasta que se soltó una foto de entre unas páginas. La foto tenía bastantes años, pero era muy notorio quien salía en ella. Eran su hermano y él. Estaban en la graduación de octavo básico, abrazados, con una sonrisa amplia. Detrás de ellos, como un reflejo, un hombre pasaba rápida pero notoriamente, mirando a la cámara.

Ricardo Montenegro se asustó al ver aquella fotografía dentro del libro. Se dijo a sí mismo: "Ahora entiendo lo confundida que se sentía Lucía". Y diciendo esto, creyó que la única pista que tenía era su hermano. Así que cerró la clínica y partió a casa, con el libro en su mochila. Se metió a su automóvil, un Corsa Clásico comprado hace poco. El anterior era un Mercedes, el cual fue chocado por un camión de la Coca-Cola. Pisó fuerte el acelerador, y partió rumbo a su departamento. Cuando por fin llegó, no supo por qué le costó tanto encontrar la llave y abrir. Entró al apartamento y ahí estaba su hermano, en la sala, viendo reportajes históricos en la televisión.

- Hermano! Hola!
- ... - miró a Ricardo sorprendido, quizás porque había llegado temprano-.
- Qué ves? - se acerca a ver la esquina de la pantalla, donde siempre salen los nombres de los programas-. Oh, así que "Vida y obra de San Alberto Hurtado", no?
- ... - su hermano asintió con la cabeza-.
- Siempre te ha gustado ver reportajes de personas importantes en la historia, jaja! Eso lo sacaste de nuestra madre.

Ricardo se acercó a su hermano, y le brindó un fuerte abrazo, como en señal de "discúlpame", por lo que estaba a punto de hacer.

- Boris, tengo algo que mostrarte - le dijo seriamente-.
- ... - su mirada era de sorpresa-.
- Verás, necesito respuestas acerca de ESTO... - sacó el libro de su mochila, y su hermano abrió unos ojos gigantescos-. No te alteres por favor, solo necesito una respuesta.

La respiración de Boris se fue agitando cada vez más. Se estaba comenzando a alejar, no de Ricardo, sino que del libro.

- Hermano, NECESITO que me expliques todo lo que me dijiste aquella vez... A qué te referías con eso de los "elegidos" y la "marca"? Por qué yo podía ver la "marca" en los demás? Por qué la gente que abre este libro puede llegar a morir? Por qué hay hojas desgarradas? Por qué relata lo que va a pasar? Hermano, dime por qué?!

Su hermano, asustado, a lo único que atinó a hacer fue a agarrar un lápiz y un papel. Comenzó a trazar muchas líneas, era un dibujo. Era una catedral, cerca del centro. Abajo del dibujo le escribió: "Habla con el padre Armando". Esa era la primera frase que le "decía" a su hermano en cuatro años. Emocionado, Ricardo vio lo que decía. Miró a su hermano, y le dijo "te quiero", luego de eso, volvió a tomar su Corsa y salió más que rápido a la catedral. El viaje le tomaría una media hora. Un viaje bajo la lluvia que volvía a caer...


martes, 22 de junio de 2010

Primera Parte: La Ayudante, Capítulo 5

Para ser día sábado, el centro comercial se veía bastante vacío. Parece que solo estaba ahí la gente que le encantaba salir con lluvia o algo por el estilo. Lucía entró por la parte izquierda, donde se ubican los locales de comida rápida, un "Happyland" abandonado, un centro de pago de cuentas y una tienda de calzado. Caminó unos cinco minutos, se encontró con la escalera mecánica, y al llegar al segundo piso, vio realidad lo que en el libro se relataba. Tomás estaba ahí, saliendo de una tienda de perfumes. Este la mira y se queda sorprendido, y se va acercando a ella.

- Whoa! Segunda vez en una mañana que nos topamos! Cómo te fue en la comisaría?
- Pues... - se sonrrojó rápidamente-. Fue algo raro, en realidad.
- Claro, puedo entender. Ya el hecho de encontrar a un bibliotecario muerto así como así es raro, jaja!

Estaba a punto de preguntarle "cómo sabes?", pero recordó que salió en el periódico. En cambio, su pregunta fue algo nada que ver con todo el asunto.

- Qué hacías en una perfumería? Es más, qué hacías en una perfumería de mujer?
- Oh, bueno, este... verás... yo... - ahora fue el turno de él de sonrrojarse-. Este... toma, es para ti.
- Disculpa?
- Tenía la esperanza de encontrarte de nuevo, pero no pensé que sería tan pronto. Tómalo, es un obsequio.
- Oh... gra-gracias - respondió finalmente ella, sorprendida-.
- Por qué no vamos a comer algo?

Las cosas se iban dando bien para ella. Esto era lo único que la relajaba. El único ser humano que la hacía sentir bien.

- Cómo te sientes luego de todo lo que pasó? - le preguntó él, con un tono de consideración total-.
- Pues... me siento afligida... no sé que haré con mi empleo, me tienen de sospechosa por la muerte del viejo y pues...
- ... y pues?
- ESTO - dijo, sacando el libro del bolso- me tiene preocupada.
- Guau! Me permites verlo?
- Pero no lo abras.
- Por qué?
- Pues... solamente no lo abras.
- Okay, okay.

Tomás examinó el libro por unos segundos. Leyó el título, y se lo devolvió a su acompañante.

- "La Vérité vent à la Lumière"... suena bastante interesante. Y quién es su autor?
- Pues... me creerías si te digo que soy yo?
- Un libro tan viejo? Escrito por ti? Pues... tendrías que darme una razón bastante buena.
- Verás, un sujeto, un médico, me habló sobre una leyenda. Me dijo que solo ciertas personas con una "marca" podían leer el libro. Quienes no la tuvieran, morían o entraban en un estado de extrema locura. Por eso te dije que no lo abrieras, porque no sé si tu tendrás la "marca" o no. Como yo lo abrí, comencé a leerlo. Hasta que llegué a una parte donde las hojas estaban desgarradas. Luego de eso, lo que venía tenía mi letra...
- Oh... y cómo supo ese médico que tú posees la "marca"?
- Eso es lo que quiero investigar. Perdona si te parece confuso todo esto, pero créeme que es verdad.
- Pues, si te creo. Sé que estás en una situación confusa, si estuviera en tus chapulinas pues, también me sentiría así.
- Gracias... Así que por eso ahora creo que tengo que hablar con el médico. Necesito que me de respuestas.
- Si quieres puedo acompañarte.
- Te lo agradecería mucho.

Se levantaron de sus asientos, pagaron la cuenta, y comenzaron a bajar. Ya habían pasado unos cuantos cuartos de hora y el centro comercial comenzaba a llenarse.

- Cierra los ojos por favor - le pidió Lucía a Tomás-.
- Para qué?
- Solo ciérralos, yo te aviso cuando los abras.

Abrió el libro y ahí vio lo que ocurriría después. Quedó totalmente sorprendida, pero al leer el final, se sintió algo más calmada. No habían más páginas con su letra, el resto estaba en blanco. Se preguntó qué pasaría. Y se lo comentó a Tomás.

- Llegué a una página en blanco. Se acaba lo que está escrito por mí. Pero el final me deja algo desconcertada... Bueno, prefiero realizar lo que dice el libro.
- Bien, pues, vamos donde ese médico que dices - dijo él animosamente-.

Les costó un pasaje más de autobús llegar a la clínica donde trabajaba Ricardo Montenegro. Al bajarse, estaban cayendo leves gotas, anunciando una pronta lluvia nueva.

- Yo me quedaré esperándote fuera. Creo que necesitas resolver tus cosas sola - le dijo Tomás, con su sonrisa que la enloquecía-.
- Okay, nos vemos, trataré de no tardarme.

Lucía entró en la consulta, no hubo necesidad de sacar número, pues no había nadie. Golpeó la puerta del despacho de Ricardo Montenegro, y este desde dentro dijo: "pase!".

- Buenos días, doctor.
- Miren qué sorpresa! Un gusto volver a verla, qué se le ofrece?
- Pues, necesito que me aclare unas dudas que tengo.
- Sobre lo ocurrido en la biblioteca?
- Más que eso, es sobre el libro. Qué tiene usted que ver con el libro? Y qué es eso de la "marca"?
- Pues... cierre la puerta, por favor.
- Vale - cierra la puerta y se sienta-. Necesito que me responda.
- De seguro mi respuesta no la dejará del todo bien, no le aclarará sus dudas y no le hará mucha esperanza.
- Solo... vaya al grano.
- Hace cuatro años, mi hermano estuvo estudiando filosofía en un insituto cercano, se dedicaba a buscar la existencia del hombre en libros de historia y de ciencias. Un día, encontró un libro, el libro que sé que usted anda trayendo en el bolso, lo abrió y fue consumido por "algo". Desde el momento en que mi hermano abrió el libro, comenzó a balbucear cosas... fue horrible, la gente de la biblioteca de su insituto lo miraba y trataban de tranquilizarlo, errando en sus intentos. Me llamaron, y lo primero que se me ocurrió hacer fue aplicarle una anestesia. Todos pensaban que mi hermano estaba poseído, yo no sabía ni entendía bien lo que pasaba, así que le pregunté a algunos chicos que qué había dicho. Todos me dijeron lo mismo: "habló de una tal marca", "comenzó a balbucear cosas del fin del mundo", "habló de que la verdad ha estado oculta y busca escapar"... no me sentía sicológicamente apto en ese instante para entender todo, lo único que quería era antender a mi hermano...
- Y qué paso después? - interrumpió Lucía-.
- Lo traje a la clínica. Le apliqué los exámenes generales. Su pulso había subido demasiado. Quizás no murió por que era joven. Cuando al fin despertó, no podía creerme que estuviera bien. Me habló normalmente, y me dijo "hermano... no debí haber abierto ese libro, pero el hacerlo me hizo dar cuenta de lo terrible que está a punto de suceder. Busca a la gente que tenga la 'marca', sólo ellos sabrán qué hacer con el libro..."
- Ja! Sí, claro. Como si yo supiera qué hacer con el dichoso libro...
- Luego agregó: "Tú tienes un don... hermano, tú tienes un don, que pocas personas poseen". Le pregunté cuál era ese don, y cómo lo sabía, y me respondió: "Él me lo dijo, él tiene la respuesta". Cómo cree que estaba yo en ese momento? Igual que usted ahora. Incluso después de cuatro años, CUATRO años de buscar la respuesta, aún no la encuentro. Sigo en el punto de inicio. Lo último que me dijo fue: "Si tienes la capacidad de ver quién es el elegido, tú más adelante podrás tener el libro". Luego de eso, no ha dicho ni una sola palabra más... en cuatro años...
- Santo cielo... pues... creo que ese día llegó.
- A qué se refiere?
- Pues que el libro tiene mi letra. Y mi historia termina cuando yo le entrego el libro a usted. Así que aquí tiene. Quiero liberarme luego de este lío.
- No me lo puedo creer... Pero aunque me lo pase, no creo que pueda liberarse fácilmente de esto.
- No me desanime. Se que hay mucho que investigar, pero no quiero tener este libro del demonio en mis manos.

Con esto, Lucía dejó el libro sobre el escritorio, el médico lo levantó, y sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Abrió el libro y se sorprendió al darse cuenta que realmente sí era el nuevo elegido. Comenzó a leerlo, buscando lo que vivió Lucía, pero no encontró nada. Para él, el pasado de ésta era una hoja en blanco...

Mientras tanto, la chica se reunió con Tomás en las afueras de la clínica, y se encaminaron juntos a sus hogares. Ni el médico, ni Lucía ni su amigo sabían que alguien los estaba vigilando...




Primera Parte: La Ayudante, Capítulo 4

A la mañana siguiente, una repentina lluvia despertó a Lucía de su amargo sueño. No durmió bien, aunque, quién lo haría en la situación en la que ella estaba ahora? Recordó que tenía que ir a la comisaría a ver al policía neandertal, y luego de mirar un buen rato el techo, y de escuchar las gotas chocar contra la ventana, decidió por fin levantarse e ir a prepararse su desayuno.

Seguía pensativa sobre lo que le había dicho el médico sobre lo de la "marca", y aún más dudosa al ver que en el libro de mas de cuatro siglos de antigüedad había escritos con su letra. Ahora ese libro permanecería seguro en su bolso.

Al llegar abajo, su padre estaba dormido en el sofá, roncando y con la televisión encendida. El padre de Lucía quedó viudo hace tres años atrás, y desde esa época que anda... raro. Si antes era desconsiderado, ahora era peor. Nadie lograba entenderlo, así es que lo dejan vivir su mundo. Su difunta esposa era quien mantenía el orden en el hogar. Ahora todos iban por su camino. Lucía estaba a cargo de sus hermanas pequeñas, Rocío y Elena, bueno, si a ese "estar a cargo" se le puede decir al hecho de que las manda casi todos los días a quedarse donde sus abuelos. Prácticamente, se desligaron de la familia. Lucía las quería, pero no las extrañaba. Mientras más tiempo tuviera para sí misma, mejor.

Luego de desayunar, tomó su paraguas y salió de casa. El camino estaba lleno de charcos, y la avenida principal era un río. Menos mal que ella no necesitaba cruzarlo. La comisaría estaba lejos. Para eso tendría que tomar el autobús, el autobús que pasa por la esquina de su cuadra.

Cuando hizo parar el vehículo, sacudió su paraguas para poder subir. Marcó su pasaje con la tarjeta bip! y vio que solo habían 5 personas en el autobús. Una de esas personas era el chico que la había mirado y sonreído el día anterior. Lucía pasó hasta el último asiento, ignorando las miradas de los demás, se sentó y prendió su mp3. El ritmo de las canciones de Paramore la animarían un poco, si es que no hubiese venido a sentarse a su lado el chico ya mencionado. Éste, sin vergüenza alguna, se sentó al lado de Lucía y la saludó.

- Hola!
- Emm... hola - dijo Lucía con una sonrisa tímida-.
- Te vi ayer desde mi bicicleta, creí que no te volvería a ver. Cómo te llamas?
- Emm... perdona? Nos conocemos? - respondió Lucía, no de mala manera, sino que dudosa-.
- No, disculpa, siento no haberme presentado. Mi nombre es Tomás. Tomás Leclerc. El tuyo?

El único chico que la había mirado y sonreído en su vida, tenía uno de los nombres que a ella más le gustaban.

- Soy... soy Lucía, Lucía Rodríguez.

Se sentía en la gloria. El chico que ya le atraía entablaba una conversación con ella.

- Me pareces conocida, creo que te he visto en el liceo donde yo estudiaba. Salí el año pasado.
- Igual que yo!! - se decía ella emocionada-.
- ... pero nunca me acerqué a hablarte porque estabas con tus amigas.
- Oh...

Sus amigas se reducía a dos ñoñas que Lucía agradecía que ya no estuvieran.

- Sería muy entrometido si pregunto donde vas? - preguntó Tomás-.
- Este... voy a la comisaría.
- Oh! Qué casualidad! Yo también - y le lanzó su sonrisa varonil, la cual enloquecía a Lucía-. Pero no preguntaré por qué, pues yo no quiero decir mi razón.

Así que esperaron hasta llegar al paradero cercano de la comisaría, y bajaron. Ya había dejado de llover. Pero, a quién le importa si llueve o no, cuando ahora otra duda se le agregaba a la cabeza de Lucía? Entraron, y estaba el policía troglodita ahí parado, puntual. Hizo pasar primero a Tomás, pasó un largo rato, y luego éste salió y se despidió de Lucía.

- Espero podamos vernos otra vez!
- Yo también - decía Lucía en su cabeza-.
- Señorita, pase por aquí por favor - la interrumpió el policía-. Necesito hacerle un par de preguntas - las típicas que hacen los policías de cuarta que no saben resolver nada, solo las hacen para hacerse los cultos o algo-.
- Sí, como quiera.
- Su nombre?
- Lucía Rodríguez.
- Edad?
- Diecinueve.
- Domicilio?
- Quiere ir al grano por favor? - primera vez que le habla así a una autoridad-. Señor... - lee la placa-, señor Pedro?
- Sí, ese es mi nombre, Pedro Faúndez. Así que quiere que vaya al grano no? Pues verá, usted es la principal sospechosa en la muerte del bibliotecario.
- Ah si? Y qué pruebas tiene en mi contra?
- Aún no tengo ninguna, pero buscaré, así puedo comprobar si usted hizo algo, o si hubo terceros involucrados.
- Entonces para qué me hizo venir?
- Solo para advertirla de una cosa.
- Otro problema más que tenga que bancarme?
- Pues, lamento su situación, pero debo advertirle que debe tener cuidado con el periodista ese que llegó con nosotros. Algo quiere, y es de mucha importancia que no consiga su objetivo.
- Ay Dios... la gente de hoy... tan raros que están todos. Por qué no me dejan vivir en paz?!
- Pues porque usted ya está involucrada en la muerte del bibliotecario, y su vida no podrá volver a ser normal hasta que se resuelva este caso.
- Cómo que no volverá a ser normal?! Claro que será normal! YO la haré normal!
- No se altere, solo quiero evitarle futuros dolores de cabeza. Solo eso.
- Ag... por qué últimamente todos están tan insoportables?

Y diciendo eso, se levantó de la silla, salió de la comisaría, y comenzó a caminar. Quería despejarse un rato. Necesitaba tomarse un aire.

- Por qué ese libro tenía mi letra? Por qué se murió el viejo? Qué voy a hacer ahora?! No sé que hacer...

Tomó el libro de su bolso, lo abrió desde donde había quedado el día anterior, y comenzó a leer. En las páginas siguientes relataba el encuentro en el autobús, la charla de la comisaría, y lo que iba a pasar luego de eso, siguió leyendo y decía: "... y entonces, caminé frustrada hacía algun sitio. No quería llegar a casa, así que me pasé al centro comercial, donde me volví a encontrar con Tomás. Luego de eso...".

- Qué?! Acaso esto es lo que voy a hacer? Qué carajo es este libro? Por Dios... qué tengo que hacer ahora... voy o no al centro comercial? Así podría comprobar si lo que dice aquí se cumplirá o no. O solo podría tirarlo a la basura y ya...

La duda tomó posesión de ella, así es que se dirigió al centro comercial, a ver si el libro decía la verdad o solo patrañas.

lunes, 21 de junio de 2010

Primera Parte: La Ayudante, Capítulo 3

A Lucía le tomó los mismos 10 minutos y cinco cuadras en llegar a la biblioteca, más bien, al parque que frente a esta había. Al ver de lejos al doctor, este le hizo una seña burlona con la mano, y en ella el celular, en señal de "yo lo tengo",y le sonrió estúpidamente.

- Hola otra vez! - dijo de lejos Lucía-.
- Un gusto volver a verla, señorita.
- Qué se le ofrece? - se lo preguntó al tiempo en que le sacaba el celular de las manos-.
- Pues, como ya le comenté, quisiera entrar en la biblioteca para volver a examinar el cuerpo.
- Por qué? - le pregunta ella desconfiada-.
- Pues... si me deja entrar, se lo contaré.

Estaba comenzando a atardecer. Lucía sintió la brisa otoñal que recorría su cuerpo, y que hacía que su chaqueta se moviera con fuerza.

- Está bien, pero no se tome mucho tiempo.
- No se preocupe, solo quiero ver una cosa.

Lucía saca sus llaves del bolso, comienza a buscar en la gran argolla llena de llaves la cual abriría el portón principal. Subieron las escaleras de la entrada, y un chirrido fue el que abrió las puertas principales hacia la Recepción de la biblioteca. Lucía desactivó la alarma, y luego de eso, junto a Ricardo, se encaminaron hacia el pasillo número 6, en el cual yacía tirado el fallecido bibliotecario. El médico, dejando de lado el bolso, se acercó al cuerpo, se inclinó, y tomó el libro que tenía aún en la mano.

- Pensé que quería examinar el cuerpo, no literatura, señor.
- "La Vérité vient à la Lumière"... - repitió la frase varias veces-.
- Qué pasa con eso?
- Creo que he visto esta frase o nombre en algún otro sitio. Sabe usted quien es el autor?
- No lo dice la tapa de inicio, pero quizás en la base de datos de la computadora esté el nombre del escritor.
- Podría buscarlo?
- Pues, okay está bien... - respondió resignada ante la cara del médico-.

Ricardo Montenegro llevaba en su mano el libro "La Vérité vient à la Lumière", un libro grueso, de bastantes años, según se podía notar, de tapa de cuero color caoba, con bordes dorados desgastados, y el sector donde salía el nombre del autor parecía como desgarrado de ésta.

- Veamos... "La Vérité vient à la Lumière"... debería estar por aquí...
- Necesito saber quién fue el autor.
- Si, si, ya lo sé, ya me lo dijo. Aquí está. Título: "La Vérité vient à la Lumière", año de publicación: 1983, autor... Lucía Rodríguez...
- Ya veo.
- Usted no parece tan sorprendido como yo - le reprochó Lucía-, tiene algo que decirme?
- Es algo privado. Podría tener la amabilidad de abrir el libro? En cualquier página, pero por favor hágalo - y diciendo esto, dejó el libro sobre la mesa y se tapó los ojos.
- Está bien... - dijo algo asustada la chica-.

Abrió el libro en la primera página. Pasó el prólogo, y comenzó a leerlo. En las primeras páginas, relataba una historia de hace unos cuatro siglos atrás. En esa época, un sacerdote francés de la catedral de París escribió los relatos vividos por todo el sacerdocio y las monjas que se encontraban en la catedral ese día. Once de septiembre de 1583, día de lluvia, tormenta eléctrica... y muerte. Luego de la cena, se oyó un grito desgarrador cerca de los corredores de las habitaciones superiores. La Madre Superiora y el Sumo Pontífice corrieron por las escaleras de piedra acompañados de sus antorchas, buscando la fuente del grito. Buscaron y buscaron cuando por fin encontraron a la hermana Gemima postrada en su cama, muerta y con un libro sobre el pecho, el nombre del libro era...

Le pareció bastante interesante la historia a Lucía, pero no tenía tiempo de seguir leyendo. Siguió ojeando el libro, cuando de pronto se topó con que habían hojas arrancadas. Pasó las hojas arrancadas y vio que comenzaba un nuevo relato. Un relato con su letra. El relato de lo sucedido desde que el bibliotecario murió hasta el mismo momento en que ella estaba leyendo el libro. La sensación de perturbación dominó su ser por un segundo, hasta que el médico le habló.

- Y bien? Ya puedo abrir los ojos?
- Si, claro - dijo Lucía cerrando el libro-. Por qué se tapa los ojos?
- Pues porqueno quería que se cumpliera la leyenda en mí.
- Qué leyenda?
- Dicen, que quien abra el libro, puede llegar a morir. Si no pasa esto, queda en un grave estado mental de locura total.
- Y por eso me arriesgó a mí? Qué cobarde. Váyase! Márchese ahora mismo!
- Okay, okay! Me iré, lamento que piense que soy un cobarde, pero tengo razones para temerle a ese libro.
- Eso no explica que usted me haya arriesgado a mí. Largo.
- Usted tiene la "marca" - y diciendo esto, se marchó-.
- Ese... a qué se refiere?

Luego de la perturbación, vino la duda. Y volvió a recorrer las cinco cuadras y diez minutos hacia su casa. Lo único que quería era dormir un rato...

domingo, 20 de junio de 2010

Primera Parte: La Ayudante, Capítulo 2

Lucía iba de camino a su casa, cuando de pronto ve a un chico pasar en bicicleta por la vereda de enfrente. Este la mira, le sonríe y sigue su camino. Lucía se sonrojó, primera vez que un chico le sonreía, para ella fue la sonrisa más hermosa que había visto. Primera vez en sus diecinueve años que un chico la miraba y le sonreía. Lucía no era fea, para nada, pero era tan introvertida que ningun chico la tomaba en cuenta. Siguió su camino a casa, con una sola preocupación: su trabajo. El bibliotecario era su jefe y él mismo le pagaba, ahora que el anciano había fallecido, no podía quitarse de la cabeza el hecho de que necesitaría buscar otro empleo.

Ya llevaba unas cinco cuadras desde la biblioteca, y unas señoras chismosas que habían leído el periódico comenzaron a cuchichear, prejuiciando a la joven si es que ella tuvo o no algo que ver con la muerte del bibliotecario. Lucía miró con desprecio a las señoras que no tenían nada mejor que hacer que chismear.

Cuando al cabo de 10 minutos llegó a su casa, su perro salió a recibirla. Un Scottish Terrier blanco, cariñoso y alegre, ladraba de alegría al ver a su dueña llegar. En el collar ponía: "Yui". Obviamente, ese era su nombre.

Lucía entró a casa, y grande fue su sorpresa al ver a su padre ahí.

- Papá! Qué haces tan temprano en casa?
- Emm... hola -saluda a Lucía con una sonrisa triste-.
- Qué pasa papá?
- Hija, este... cómo te lo digo...
- Me estás asustando papá.

Se formó un gran silencio en la sala, lo único que se escuchaba era el sonido del televisor que estaba a bajo volumen.

- Me despidieron hija, me despidieron - y terminando de decir esto, mira el suelo fijamente-.
- Qué?!

A Lucía se le vino el mundo abajo. Ya le bastaba con la preocupación de perder su empleo, y ahora su padre había quedado cesante. Vio alrededor de la habitación y se percató que el periódico del día estaba sobre una mesa lateral.

- Papá, leíste las noticias?
- Si hija... estás en un gran problema.
- Qué gran apoyo! - se dijo a sí misma-.

Su padre siempre era así. Desconsiderado. No era una mala persona, pero vivía en su mundo. Todos en aquella casa vivían en su mundo. No era un ambiente desagradable, pero no era el mejor de todos.

- Me voy a mi cuarto - terminó diciendo Lucía-.

Las escaleras en espiral siempre marearon a Lucía. Aún con los 14 años que llevaba viviendo en esa casa, no podía acostumbrarse a subirlas o bajarlas. Cuando al fin pudo, y con mucho esfuerzo, llegar al segundo piso, sonó el teléfono. Iba de camino a su cuarto esperanzada en que su padre contestara. Y éste lo hizo. Pero para su desilusión, el padre desde abajo le grita:

- Es para ti!

Su día iba de mal en peor. Comenzó a sentir un dolor de cabeza, y resignada, tomó el teléfono.

- Diga?
- Señorita Lucía Rodríguez? Mucho gusto, mi nombre es Ricardo Montenegro. Soy el médico con el cual usted se topó en la biblioteca.
- Ah, mucho gusto señor - dijo Lucía sin ganas-. En qué le puedo ayudar?
- Pues verá, necesito verla de inmediato. Tengo algo que mostrarle.
- Espere, espere. Cómo consiguió mi número telefónico?
- Cuando ibamos saliendo de la biblioteca, usted dejó caer su celular, y por lo que me doy cuenta no se percató.

Lucía se examinó los bolsillos, era verdad.

- Oh Dios! Supongo que no habrá empezado a entrometerse en mis cosas o si?
- No, no. Solo busqué a ver si estaba el número de su casa. Los chismes se los dejo a las señoras que no tienen nada mejor que hacer.
- Más le vale. Dónde queda su consulta?
- Ahora mismo sigo por los alrededores de la biblioteca, me encantaría poder seguir haciéndole pruebas al cadáver.
- Tiene la autorización del policía?
- Señorita, el policía ese con suerte sabe contar con los dedos de la mano. Quiere su celular? Pues yo quiero entrar a examinar el cadáver.
- Me está chantajeando?
- No. Simplemente le estoy dando una alternativa con la cual los dos saldremos beneficiados. Nos vemos en la entrada de la biblioteca, la estaré esperando.

No habían pasado ni diez minutos desde que Lucía llegó a casa, y tendría que salir nuevamente. El impaciente médico ese, el tal Ricardo Montenegro, parecía muy interesado en todo lo que estaba pasando...


Primera Parte: La Ayudante, Capítulo 1

"BIBLIOTECARIO MUERE DE UN ATAQUE CARDIACO" ; "SE INVESTIGA LA MUERTE DE BIBLIOTECARIO EN EXTRAÑAS CIRCUNSTANCIAS" ; "UN PLAN MALÉVOLO DE LA AYUDANTE?".

Estaba en titulares lo que había ocurrido la noche anterior. Corrían ya los rumores por toda la ciudad, la prensa comenzaba a juzgar, a echarle la culpa a alguien o a algo, la primera sospechosa fue la ayudante, pero pues, el informe de los forenses dictaba otra cosa.

Lucía Rodríguez entró en el pasillo 1... pasó por el pasillo 2, y así sucesivamente en su rutina diaria de revisión de limpieza, hasta que llegó al pasillo número 6, y vio a su jefe tirado en el suelo con un libro en la mano. Los libros que llevaba en brazos, como reacción inmediata se le cayeron de los brazos, y sin importarle lo viejos que eran, lo primero que hizó fue correr hacia el viejo bibliotecario.

- Jefe! Jefe! -decía Lucía-. Respóndame jefe! Está usted bien?

Al no recibir una respuesta o una reacción, se alarmó demasiado, y corrió al despacho, cogió el teléfono, y lo primero que hizo fue pedir una ambulancia. Pasó el rato, pero no solo llegó la ambulancia, si no que la policía, y por supuesto, la prensa. Alarmada, fue a atender en Recepción a los principales de cada grupo, haciéndolos pasar y guiándoles al lugar donde se encontraba el viejo. El médico, el policía y el periodista miraron fijamente la expresión del viejo, meditaron un poco, se miraron entre sí, luego a Lucía, y por último, el policía decidió romper el silencio.

- Señora...
- Señorita, y mi nombre es Lucía, Lucía Rodríguez.
- Muy bien, señorita Lucía, necesito que mañana a primera hora se pase por la comisaría, me gustaría compartir una conversación con usted.
- Ningún problema, señor.

El médico comenzó a hacer los primeros exámenes generales al cuerpo del bibliotecario, el policía le pidió al periodista que se retirara, y éste último, casi obligó a Lucía a que lo siguiera para hacerle preguntas. Ésta, entre dientes, refunfuñó algo inentendible, pero aceptó. Se marcharon a Recepción, y ahí se sentaron en un sofá.

- Señorita... Lucía, ese es su nombre, si mal no recuerdo?
- Sí. Usted es...?

La pregunta fue chocante para el periodista, creía que era alguien conocido.

- Mi nombre es Emanuel Uribe, trabajo para el periódico "La Sexta", y quisiera hacerle un par de preguntas.
- Lo siento mucho, pero no le responderé ninguna pregunta sin antes haber hablado con el policía, creo que es él quien debe enterarse de todo primero, no?

El periodista se estaba enojando. Era un hombre de poca paciencia, y con las respuestas cortantes de Lucía, estaba llegando a su límite.

- Grr... okay okay, la dejaré en paz, pero conseguiré que usted me de respuestas, señorita.
- Claro -le respondió Lucía con una sonrisa-. La puerta está por ahí.

E indignado, el periodista se marchó. La ayudante decidió cerrar la biblioteca, se sentía agotada, así que fue donde los otros dos tipos a pedirles que se marcharan. Sorpresivamente, aceptaron sin poner "peros". Aunque la única condición que acordaron los 2, fue que se mantuviera el cuerpo en el mismo lugar. Lucía aceptó, lo único que quería era que se marcharan.

Con esto, se despidió de los hombres a la salida, y cerró con llave la puerta de la biblioteca.

No se habría ido tan tranquila a casa de haber sabido lo que le esperaba al día siguiente...

Prólogo

Cuando el bibliotecario entró en el pasillo número 6, a revisar si la ayudante había dejado todos los libros como él le pidió, se dio cuenta de que habían unos tomos cambiados de lugar. Se encolerizó, algo normal quizás para un viejo que llevaba 40 años trabajando ahí y siempre fue seguidor del orden. Lo único que tenía en mente era despedir a la ayudante, y mientras comenzaba a ordenar los tomos, miró fijamente la portada de uno de ellos, el cual decía: "La Vérité vient à la Lumière". Llamó la atención el título del libro al viejo, pues en sus 40 años de estar ahí, nunca lo había visto. Más aún pues el nombre salia desgastado y casi no se notaba. Cuando el viejo bibliotecario abrió el libro, una luz consumió todo el pasillo, toda la habitación.

Ese libro, tan desconocido para todos, pero que sería vital para la vida de ellos, acababa de reavivar la historia la cual nunca debió haber sido escrita.