Lucía iba de camino a su casa, cuando de pronto ve a un chico pasar en bicicleta por la vereda de enfrente. Este la mira, le sonríe y sigue su camino. Lucía se sonrojó, primera vez que un chico le sonreía, para ella fue la sonrisa más hermosa que había visto. Primera vez en sus diecinueve años que un chico la miraba y le sonreía. Lucía no era fea, para nada, pero era tan introvertida que ningun chico la tomaba en cuenta. Siguió su camino a casa, con una sola preocupación: su trabajo. El bibliotecario era su jefe y él mismo le pagaba, ahora que el anciano había fallecido, no podía quitarse de la cabeza el hecho de que necesitaría buscar otro empleo.
Ya llevaba unas cinco cuadras desde la biblioteca, y unas señoras chismosas que habían leído el periódico comenzaron a cuchichear, prejuiciando a la joven si es que ella tuvo o no algo que ver con la muerte del bibliotecario. Lucía miró con desprecio a las señoras que no tenían nada mejor que hacer que chismear.
Cuando al cabo de 10 minutos llegó a su casa, su perro salió a recibirla. Un Scottish Terrier blanco, cariñoso y alegre, ladraba de alegría al ver a su dueña llegar. En el collar ponía: "Yui". Obviamente, ese era su nombre.
Lucía entró a casa, y grande fue su sorpresa al ver a su padre ahí.
- Papá! Qué haces tan temprano en casa?
- Emm... hola -saluda a Lucía con una sonrisa triste-.
- Qué pasa papá?
- Hija, este... cómo te lo digo...
- Me estás asustando papá.
Se formó un gran silencio en la sala, lo único que se escuchaba era el sonido del televisor que estaba a bajo volumen.
- Me despidieron hija, me despidieron - y terminando de decir esto, mira el suelo fijamente-.
- Qué?!
A Lucía se le vino el mundo abajo. Ya le bastaba con la preocupación de perder su empleo, y ahora su padre había quedado cesante. Vio alrededor de la habitación y se percató que el periódico del día estaba sobre una mesa lateral.
- Papá, leíste las noticias?
- Si hija... estás en un gran problema.
- Qué gran apoyo! - se dijo a sí misma-.
Su padre siempre era así. Desconsiderado. No era una mala persona, pero vivía en su mundo. Todos en aquella casa vivían en su mundo. No era un ambiente desagradable, pero no era el mejor de todos.
- Me voy a mi cuarto - terminó diciendo Lucía-.
Las escaleras en espiral siempre marearon a Lucía. Aún con los 14 años que llevaba viviendo en esa casa, no podía acostumbrarse a subirlas o bajarlas. Cuando al fin pudo, y con mucho esfuerzo, llegar al segundo piso, sonó el teléfono. Iba de camino a su cuarto esperanzada en que su padre contestara. Y éste lo hizo. Pero para su desilusión, el padre desde abajo le grita:
- Es para ti!
Su día iba de mal en peor. Comenzó a sentir un dolor de cabeza, y resignada, tomó el teléfono.
- Diga?
- Señorita Lucía Rodríguez? Mucho gusto, mi nombre es Ricardo Montenegro. Soy el médico con el cual usted se topó en la biblioteca.
- Ah, mucho gusto señor - dijo Lucía sin ganas-. En qué le puedo ayudar?
- Pues verá, necesito verla de inmediato. Tengo algo que mostrarle.
- Espere, espere. Cómo consiguió mi número telefónico?
- Cuando ibamos saliendo de la biblioteca, usted dejó caer su celular, y por lo que me doy cuenta no se percató.
Lucía se examinó los bolsillos, era verdad.
- Oh Dios! Supongo que no habrá empezado a entrometerse en mis cosas o si?
- No, no. Solo busqué a ver si estaba el número de su casa. Los chismes se los dejo a las señoras que no tienen nada mejor que hacer.
- Más le vale. Dónde queda su consulta?
- Ahora mismo sigo por los alrededores de la biblioteca, me encantaría poder seguir haciéndole pruebas al cadáver.
- Tiene la autorización del policía?
- Señorita, el policía ese con suerte sabe contar con los dedos de la mano. Quiere su celular? Pues yo quiero entrar a examinar el cadáver.
- Me está chantajeando?
- No. Simplemente le estoy dando una alternativa con la cual los dos saldremos beneficiados. Nos vemos en la entrada de la biblioteca, la estaré esperando.
No habían pasado ni diez minutos desde que Lucía llegó a casa, y tendría que salir nuevamente. El impaciente médico ese, el tal Ricardo Montenegro, parecía muy interesado en todo lo que estaba pasando...
Ya llevaba unas cinco cuadras desde la biblioteca, y unas señoras chismosas que habían leído el periódico comenzaron a cuchichear, prejuiciando a la joven si es que ella tuvo o no algo que ver con la muerte del bibliotecario. Lucía miró con desprecio a las señoras que no tenían nada mejor que hacer que chismear.
Cuando al cabo de 10 minutos llegó a su casa, su perro salió a recibirla. Un Scottish Terrier blanco, cariñoso y alegre, ladraba de alegría al ver a su dueña llegar. En el collar ponía: "Yui". Obviamente, ese era su nombre.
Lucía entró a casa, y grande fue su sorpresa al ver a su padre ahí.
- Papá! Qué haces tan temprano en casa?
- Emm... hola -saluda a Lucía con una sonrisa triste-.
- Qué pasa papá?
- Hija, este... cómo te lo digo...
- Me estás asustando papá.
Se formó un gran silencio en la sala, lo único que se escuchaba era el sonido del televisor que estaba a bajo volumen.
- Me despidieron hija, me despidieron - y terminando de decir esto, mira el suelo fijamente-.
- Qué?!
A Lucía se le vino el mundo abajo. Ya le bastaba con la preocupación de perder su empleo, y ahora su padre había quedado cesante. Vio alrededor de la habitación y se percató que el periódico del día estaba sobre una mesa lateral.
- Papá, leíste las noticias?
- Si hija... estás en un gran problema.
- Qué gran apoyo! - se dijo a sí misma-.
Su padre siempre era así. Desconsiderado. No era una mala persona, pero vivía en su mundo. Todos en aquella casa vivían en su mundo. No era un ambiente desagradable, pero no era el mejor de todos.
- Me voy a mi cuarto - terminó diciendo Lucía-.
Las escaleras en espiral siempre marearon a Lucía. Aún con los 14 años que llevaba viviendo en esa casa, no podía acostumbrarse a subirlas o bajarlas. Cuando al fin pudo, y con mucho esfuerzo, llegar al segundo piso, sonó el teléfono. Iba de camino a su cuarto esperanzada en que su padre contestara. Y éste lo hizo. Pero para su desilusión, el padre desde abajo le grita:
- Es para ti!
Su día iba de mal en peor. Comenzó a sentir un dolor de cabeza, y resignada, tomó el teléfono.
- Diga?
- Señorita Lucía Rodríguez? Mucho gusto, mi nombre es Ricardo Montenegro. Soy el médico con el cual usted se topó en la biblioteca.
- Ah, mucho gusto señor - dijo Lucía sin ganas-. En qué le puedo ayudar?
- Pues verá, necesito verla de inmediato. Tengo algo que mostrarle.
- Espere, espere. Cómo consiguió mi número telefónico?
- Cuando ibamos saliendo de la biblioteca, usted dejó caer su celular, y por lo que me doy cuenta no se percató.
Lucía se examinó los bolsillos, era verdad.
- Oh Dios! Supongo que no habrá empezado a entrometerse en mis cosas o si?
- No, no. Solo busqué a ver si estaba el número de su casa. Los chismes se los dejo a las señoras que no tienen nada mejor que hacer.
- Más le vale. Dónde queda su consulta?
- Ahora mismo sigo por los alrededores de la biblioteca, me encantaría poder seguir haciéndole pruebas al cadáver.
- Tiene la autorización del policía?
- Señorita, el policía ese con suerte sabe contar con los dedos de la mano. Quiere su celular? Pues yo quiero entrar a examinar el cadáver.
- Me está chantajeando?
- No. Simplemente le estoy dando una alternativa con la cual los dos saldremos beneficiados. Nos vemos en la entrada de la biblioteca, la estaré esperando.
No habían pasado ni diez minutos desde que Lucía llegó a casa, y tendría que salir nuevamente. El impaciente médico ese, el tal Ricardo Montenegro, parecía muy interesado en todo lo que estaba pasando...
Me encanta como escribes y te expresas, como se van desarrollando los hechos! Fantabuloso (Y)
ResponderEliminarVaya, estoy ancioso por ver que le pasara a Lucia y es lo que dira l medico Montenegro
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