Llegué a mi casa, y cuando abrí la puerta vi que estaban las amigas de mi madre. Las saludé de lejos, saludé a mi madre y me fui a mi cuarto. Tenía que arreglarme para la bienvenida que le darían estas señoras a los vecinos nuevos... y a Pamela. Busqué en mi closet la mejor ropa que tuviera para ponerme (ropa la cual José me ayudó a comprar, a los dos nos gustan las modas pero yo no sé combinar muy bien), opté por una camisa escocesa, unos pitillos negros, su chapulina tradicional, las negras esas con punta blanca, un gillet y un cinturón de cuadros. Pero antes de eso debía ducharme. Menos mal que el baño estaba fuera de la vista de aquellas señoras. Me di un relajante baño, y cuando salí, me vestí y me alisé el pelo. Sí, lamentablemente, soy crespo, y no me gusta como se me ve el pelo natural. Me miré en el espejo de mi cuarto, y me dije: "Sí, ahí estoy listo".
Ya había pasado un buen rato, y estaba casi anocheciendo. Las visitas llegarían a las seis, tenía una hora para reflexionar sobre qué le hablaría a Pamela. Estaba sintiendo cosas por ella, y no quería causar una mala impresión. Estaba muy nervioso... desde la conversación en el restaurante, sentía esas mariposas en la guata que me daba gustito pero miedo a la vez. Esos ojos verdes que me miraban fijamente no podía quitármelos de la cabeza... Di vueltas en mi cuarto sin saber qué hacer, y en un momento me quedé parado, miré mi guitarra y decidí tocar algo un rato. La canción que quería sacar ahora era de una serie de animación japonesa que la María me pasó al mp4. No me gustan las cosas japonesas pero esta canción me mató. El tono triste del cantante me llega hasta lo más profundo... Comencé a practicar, y en eso se me pasó el rato.
DingDong! No! El timbre! Me puse nervioso de inmediato. Me temblaban las piernas, y las manos me comenzaron a sudar.
- Hijo! Puedes abrir la puerta? Estoy algo ocupada! - me dijo mi madre desde la cocina-.
- Es que acaso ninguna de tus amigas puede abrir? - me dije-. Ya voy...
Me sequé el sudor de las manos, respiré hondo y fui a abrir. La persona que apareció delante mío era una señora.
- Hola, buenas tardes, soy Gabriela, la vecina nueva, mucho gusto! - dijo con una sonrisa, ya veo de donde sacó sus rasgos Pamela-.
- Buenas tardes, un gusto. Pase, pase por favor, siéntese - le dije-.
- Mi marido ya viene en camino - dijo la mujer-.
- Hola de nuevo! - me dijo Pamela-.
- Ho-hola, jeje... - no podía verse más hermosa-. Cómo estás? - nos dimos un beso en la mejilla-.
- Bien, algo cansada pero bien. Llegué un poco justa del trabajo.
- Oh... - ya me había sonrojado-.
- Linda camisa - me dijo y me sonrió, luego de eso se fue a sentar al sofá-.
Todo lo que tenía planeado se esfumó de mi mente. Las señoras me miraron y no pude hacer más que ir al baño. Estaba rojo, esa chica si que lograba efectos inmediatos en mí. Me quedé ahí hasta que volví a mi color normal. Cuando salí del baño, ya había llegado el padre de Pamela, un señor a respetar. Su sola presencia inspiraba algo de miedo.
- Joven, mucho gusto - me dijo-.
- Igualmente - nos estrechamos las manos-.
- La verdad - dijo el caballero-, nunca nos habían hecho una bienvenida como esta. Siempre pasábamos desapercibidos en los lugares que vivíamos. Por eso mismo nos mudamos bastante...
- Pues aquí en el barrio somos todos bien amigables - dijo la señora Dolores-.
Comenzaba la conversación adulta que aburría. Pamela se reía como por obligación de los chistes aburridos de los más viejos, y yo estaba apoyado en la mesa, observándola fijamente...
- Hijo, puedes ir a comprar unas bebidas al almacén?
- Emm... cómo? - estaba concentrado en Pamela-. Ah... ah, sí, claro, voy.
- Si quieres puedo acompañarte - dijo Pamela-.
- S-sí, claro... No! Emm... no, mejor voy yo nomás.
- No seas maleducado hijo - me dijo mamá-, así se conocen un poco más, no?
- Cuidadito con decirle ordinarieces a mi hija - me dijo el padre, y se largó a reír-.
- N-no! Claro que no! No se preocupe. Yo... este... vamos? - le pregunté nervioso a Pamela-.
- Okay.
Salimos de mi casa, y comenzamos a caminar. En silencio. Ella iba con sus manos tomadas detrás y yo con las mías en los bolsillos, mirando a todos lados y silbando. Faltaba como una cuadra para llegar al almacén, y ella rompió el silencio.
- Sabes? Desde el momento en que te conocí, que me agradaste mucho - me dijo-.
- En-en serio? - pregunté-.
- Sí, aunque no sé por qué te pones tan nervioso...
- Ah... pues...
- Creo que podríamos ser buenos amigos - me dijo-.
En ese momento morí. Sentir ese beso en la mejilla fue lo máximo. Sus labios suaves, y tibios, posados sobre mi recién afeitada mejilla, fue una de las sensaciones más bonitas que en mi vida habría sentido...
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