viernes, 9 de julio de 2010

Tercera Parte: Tomás, Capítulo 19

Me aterroricé al ver la sangre en el piso. Quedé de rodillas, inmóvil, mirando fijamente a Emanuel... o lo que quedó de él. Se había disparado en el mentón, volando sus sesos... oh Dios, no podía seguir viendo esa imagen. Le saqué el libro de las manos, y como pude, salí corriendo en la otra dirección del callejón. Corrí mucho. Llegué hasta mi casa corriendo, entré asustado, a mi habitación. No quise comentarle a mamá lo que había descubierto, si ella no quiso hablar de eso nunca en mi vida, ahora no la obligaría.

Abrí el libro, para saber qué iba a pasar. Comencé a hojearlo y no encontré nada... No decía qué pasaría mañana, o pasado... estaba en blanco. Me enojé tanto que lo lancé hacia la pared, y cayó al suelo con algunas hojas sueltas. Me preguntaba por qué un libro era capaz de matar gente... por qué tengo que estar yo metido en esto... por qué todos piensan que estamos destinados a algo!

Al pensar en eso último, recordé que me había traído esa revista de casa de Boris, que hablaba del destino... la busqué en mi mochila y la abrí. Había un artículo llamado: "¿Somos víctimas del destino?". Llamó de inmediato mi atención.

(Basado en la revista Despertad! del 8 de enero de 1963, páginas 5-8)

"Muchas son las creencias con respecto al destino. ¿Es la de usted la correcta?

UNA vigueta de acero de 2,268 kilogramos recientemente se cayó desde el piso diecisiete de un edificio en construcción en la ciudad de Nueva York, matando a un hombre que pasaba. ¿Fue el destino? Cuando un matrimonio fracasa, ¿tiene que ser así? Cuando un niño resulta delincuente, ¿fue el destino lo que lo hizo así? Cuando un chofer tiene un accidente automovilístico, ¿es víctima del destino? Cuando una persona muere, ¿se debe a que el destino decretó que fuera una víctima ese día?

Para muchas personas la palabra “destino” significa más que el resultado final. Esto es evidente por las muchas expresiones que uno oye, como: “Tenía que ser así.” “Estaba escrito en las estrellas.” “El destino lo decretó así.” “Era su destino inevitable.” “Su tiempo había llegado.” “Lo que será será.” Muchas personas que hablan así creen que las acciones de uno están tan gobernadas por otras fuerzas, tales como las estrellas o una fuerza sobrenatural, que el derrotero de la existencia de uno está determinado para uno de antemano.

Algunos creen que principalmente es el tiempo de la muerte lo que está determinado por el destino. A causa de tales creencias el soldado entra en la batalla con la creencia de que no hallará la muerte un instante más pronto que si se hubiese quedado en casa. O un chofer quizás conduzca su automóvil muy aprisa, creyendo que no le llegará el fin hasta que se cumpla su tiempo. Aun otros creen que Dios es parcial y que él predetermina a ciertos individuos a conseguir la vida eterna, y que otras personas no tienen esperanza alguna, prescindiendo de lo que hagan.

¿Cuál es el origen de estos muchos puntos de vista con respecto al destino? Se originan de las antiguas religiones paganas, como la que practicaron los astrólogos babilonios. Ellos creían que sus dioses estrellas más o menos predestinaban sus vidas. Los antiguos griegos tenían una creencia mitológica de tres hermanas: Cloto, Laquesis y Atropos. Se suponía que estas diosas gobernaban los destinos de los dioses y los hombres. Cloto sostenía la rueca e hilaba la hebra, Laquesis enrollaba la hebra o hilo en el carrete y Atropos sin piedad cortaba el hilo, que se suponía medía la vida de toda persona mortal. Los romanos adoptaron esta creencia y llamaron a sus propias diosas del destino Nona, Decuma y Morta.

¿Qué muestra, sin embargo, la Biblia con respecto a los incidentes de la vida de uno? ¿Qué revela en cuanto al destino de uno?

La Biblia muestra que el hombre fue creado con libre albedrío; puede escoger hacer lo bueno o hacer lo malo. El hombre segará lo que siembre. El apóstol Pablo declara este principio divino: “Cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará; porque el que esté sembrando con el pensamiento en su carne segará de su carne la corrupción, pero el que esté sembrando con el pensamiento en el espíritu segará del espíritu la vida eterna. Por lo tanto no desistamos de hacer lo que es excelente, porque al debido tiempo segaremos si no nos rendimos de cansancio.”—Gál. 6:7-9. Aquí la Biblia muestra que lo que cosechamos no es el resultado de algún destino ciego, de alguna fuerza sobre la cual no tenemos dominio; sino que segamos lo que hemos sembrado..."

Con eso me bastaba. Le pedí su Biblia a mi madre, y aunque no eran de la misma religión, sí que decía lo mismo que estos párrafos. Me sentí estúpido. O sea que... o sea que las personas que murieron al abrir el libro, murieron en vano? O entonces, qué los mató?! Creo que es algo que nunca voy a poder resolver... Le devolví la Biblia a mi madre, y ella me la recibió sorprendida, pues nunca me había visto interesado en algo así. Llamé a Lucía, a Boris y a Ricardo. Les pedí que mañana mismo nos juntáramos en el río Mapocho. Quiero comenzar yo a hacer mi propio "destino", como lo quieran llamar los demás. Y para eso debo deshacerme de algo primero...

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